Asesinato en el Grand Hotel (II).


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“Los acontecimientos exteriores no tienen el poder de hacerte sufrir. El sufrimiento se produce cuando tu mente hace su interpretación. Puedes vivir más allá de la interpretación, en un estado de testigo, la conciencia pura e intocable que es el verdadero tú.” (Deepak Chopra)


Todas las historias contadas tienen dos versiones. Desde la más simple, pasando por incluir aquellas que nunca conseguimos descifrar o esa que todo el mundo dio por una verdad absoluta. Aquel dieciocho de diciembre de dos mil veinte no hubo ningún muerto en el Grand Hotel.

Si quisiera, lo podría demostrar. Estuve allí. Conservo las pruebas. Conozco todos los entresijos de aquellas habitaciones. De sus inquilinos vip. Del resto de implicados y hasta de aquella libreta negra que encerraba tras tu chasquido metálico los nombres de todas sus víctimas. 

F.Marat no era un simple desconocido. Tampoco murió aquella noche. Los hombres que se alojaban en la habitación 112, nunca eran elegidos por el azar de disponibilidad. Solo una cabeza pensante movía los hilos, apenas media docena de titiriteros estaban por debajo y tras todos ellos la causa principal de todas las acciones que allí se realizaban. 

F. Marat era un reputado escritor, ganador de varios premios importantes, irrelevantes todos para esta historia, de no ser porque pertenecía a una de las mejores familias con título nobiliario del país. Su exitosa carrera literaria se unía a su verdadera pasión, la fotografía. Esta segunda, a pesar de no tener un gran valor remunerado, era la clave para convertirlo en un hombre deseado en las redes sociales, envidiado y seguido por muchos como un referente social del que su familia no se enorgullecía. El eslabón débil de un largo linaje era la connotación perfecta para lo que ocurrió en aquella habitación.

A mediados de abril se abordó por su perfil público. Todas las historias parecían empezar en ese punto. Sin embargo el trabajo de investigación previo ya llevaba tiempo funcionando. Para entonces se había calculado hasta cuanto estarían dispuestos a pagar por evitar un escándalo público. Tras varios meses de intercambios de email, largas conversaciones de chat y paciencia, el encuentro estaba cerrado para esa fecha.

Siguiendo mis órdenes y a la hora acordada se estaba registrando en la recepción del hotel. Veinte minutos después fui yo quien crucé la puerta de la habitación que obediente había dejado encajada. La cerré a mis espaldas con el sonoro clac del pestillo que anuncia un punto de no retroceso. Conocía a la perfección aquella habitación incluso en penumbra. Era la norma. El efecto que la luz causaba en el habitáculo parecía envolver todo el moblaje interior en atrayentes claroscuros, que bien podrían haber convertido la escena en un mural pictórico.

"No hablarás. Bajo ningún concepto levantarás la vista. Asentirás o negarás con la cabeza en los previos mientras te instruyo para que tengas clara tu seguridad y yo los límites". No cuestionó nada mientras hablamos por chat los días previos, a pesar de que era su primera vez. Admitió que era un hombre que solía dejarse llevar con facilidad. Su lugar natural era ir en el asiento del copiloto. Y aun así, no tenía claro si su flanco sexual era acorde. "Probemos pues" le invité. Fue al día siguiente que aceptó. No esperaba menos. Hay personas que emanan sin ser conscientes una bestial demanda de ser dominados. F. Marat pertenecía a ese grupo.

El acceso al baño atenuó el juego de luces inclinándose a un matiz azulado. La última vez no tenían ese tono frío, concordaban con los dorados del resto de la habitación. Me detuve bajo el dintel. Lo contemplé. Estaba dentro de la espaciosa bañera, desnudo, sentado con las piernas flexionadas, brazos extendidos sobre los muslos, manos juntas sobre la rodillas y la barbilla sobre éstas. Tal cual le había indicado. Tuve la sensación de que no respiraba mientras me desnudé sin perderle la vista. Solté el bolso sobre la tapa de wc de modo que sonó en seco rompiendo el tajante silencio que lo envolvía todo. No se movió.

Con las esposas en las manos y un almohadón me quedé de pie a su altura. Su respiración dio previas señales de vida a la gran erección que se mantenía oculta a mis ojos desde la posición en que se encontraba. Tras explicar el primer paso y mientras él asentía con la cabeza, ambas manos quedaron por las esposas sujetas a la barra del calentador de toallas. No se resistió a pesar de lo incómodo de la postura. Tampoco desobedeció cuando tuvo los pechos a la altura de la cara mientras acomodé el almohadón sobre el borde de la bañera entre ésta y su espalda. En mente tenía algo limpio, no un accidente, y alargué ese instante aproximándome a su rostro con alevosía consentida. Admito que lo disfruté.

Volví a salir de la bañera. Los tiempos son fundamentales. También no mostrar los objetos al completo según la sesión. Rebasado el borde de cerámica y ya de nuevo en el interior de la bañera, tiré con fuerzas de ambas piernas. Hizo un movimiento brusco, un golpe amortiguado de cabeza sobre la almohada, dolor en los brazos, hombros y costados. Me situé de espaldas a él, en cuclillas a horcajadas con el sexo a escasos centímetros de la erección. Comencé a atar con la soga ambas piernas juntas con idea de inmovilizarlo. Una vez terminado el último nudo ya no había marcha atrás. Lo siguiente fue la mordaza. 

Lo admito. A veces les golpeaba la cara reiteradas veces justo en ese mismo momento en que ya ajustada la mordaza no habían cumplido bien las órdenes. Me gustaba disfrutar de esos momentos. Algunos rompían el silencio demandando guarradas. Otros a esa altura ya se habían corrido. Algunos incluso intentaban penetrar mi vagina a golpe de cadera mientras les ataba las piernas. Ingenuos novatos, como si algún detalle de todo ese ritual estuviera fuera de la más exhaustiva premeditación. Los principiantes se van solos en la sesión más básica. Él no. Se estaba entregando. Solo la respiración que intentaba controlar, le delataba. Aquello me puso muy perra y quise disfrutar de mi víctima, al fin de cuentas quien lo iba a saber si todos terminaban en la misma posición. 

Me di el capricho de mirarme en sus ojos mientras le ponía el ovillo rojo en las manos. Habíamos hablado mucho sobre aquel artilugio y lo que significaba dentro de la sesión. "Tú tienes el control, recuerdas lo qué te dije sobre el ovillo". Asintió. 

Fuera del baño, en la sala contigua, el director y el detective esperaban cada cual con su papel bien aprendido y cámara en mano. Pasó justo en aquel momento en que él volvió a bajar la mirada mientras le montaba insertando hasta el fondo su miembro en mi vagina. "Dámela toda perro". Le sujeté con fuerza por el cuello, y entre mis piernas. No era muy corpulento pero el efecto de la hipoxifilia sacó su energía. Vi el miedo en sus ojos mientras trató de soltarse con el ovillo bien sujeto sobre su cabeza. Tuve que mantener pulsado mi interruptor en off. Ahí estaba el flujo de oxígeno cortado bajo la presión de mis manos, perdió el conocimiento justo antes de inundar mi interior y dejar caer el ovillo al suelo. Casi me corro en ese instante abrumada por su nobleza, la confirmación a su sumisión total y el intenso afluente interno.

— ¡Serás puta! ¿Por qué cojones te lo has follado?

Tenia publico. Salí de la bañera y me vestí sin limpiar. Le eché un último vistazo a mi victima, mientras el director le sacaba fotos y de fondo se escuchaba berrear a "Colombo". 

F. Marat estaba vivito y colendo, iba a colear un buen rato. Me aseguré antes de salir que respondía bien a los estímulos. 

Respondí a la pregunta mientras me hice hueco empujándole a un lado. Me marché por donde había llegado. 
—Aparta gilipollas. Lo hago porque quiero y porque puedo. Y tú has tu puto trabajo que para algo te pago. 

Cuarenta minutos más tarde el detective salió a la calle, ésta lo recibió con un gélido abrazo. Buscó en sus bolsillos. Sacó un pitillo. Lo encendió y acto seguido subió el cuello de su gabardina. Se había calado el sombrero mientras miraba al cielo y echaba a andar. No advirtió que no estaba solo hasta llegar a mi altura.
—¿Te vas a fumar tú solo el cigarrillo? Dame una calada. 

Me la ofreció confiado. 

—Y la agenda. Y la cámara fotográfica. Esta noche me apetece encargarme a mi del resto del trabajo. 

Como dije al principio de esta historia, no hubo ningún muerto en el Grand Hotel. Yo estuve allí. El único hilo que no moví aquella noche, fue el extremo de aquel ovillo rojo que seguía sujetando entre sus dedos y que quedó para la posteridad retratado. 

Comentarios

  1. Leyendo ayer tu email no advertí, hasta más tarde, lo que me referiste sobre lo que te parecía mejor hacer con el texto. Así que, como lo prometido es deuda y tal como te dije hace mucho que lo escribiría. Ahí lo tienes BEAUSÉANT, tal cual lo imaginé mientras te leía ;)

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  2. Me encanta verlo aquí :) Lo vuelvo a leer ahora y creo que este es su sitio... Muchas gracias por completar la historia. Y digo completar no por decir algo bonito, cuando la escribí me quedé con ganas de hacerla un poco más grande y eso es justo lo que has hecho.

    Me gusta mucho el giro que le has dado y como has complementado todo con esas descripciones...

    Muchas, muchas gracias, no te imaginas la ilusión que me ha hecho...

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    1. Lo sé y me alegra que te gusta. Soy un desastre escribiendo, pero me apetecía. Hacía mucho que no contaba historietas de estas. Ya te dije que me han tenido capada. En fin... En estos lares de la red hay mucha gente que cuenta historias subidas de tonito con las que fantasean a merced de algo mejor que no pueden vivir en lo real. Ya sabes que yo soy transparente... si algún día te interesa vivir la experiencia, jejeje... yo encantada. Es que la fotografía que hiciste... joder, es una pura provocación para mis instintos más primitivos. Naaa... el ovillo es quien marca los limites ;)

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  3. Apuesto a que después de tan correosa experiencia, F. marat escribirá su mejor novela y hará la foto de su vida.:)

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    1. Naaa... Marat sabe muy bien atarse los zapatos. Esto solo era una chiquillada que teníamos pendiente. Pero tú me debes una cervecita, coño, si yo no bebo cerveza... que sea un mojito ;P

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  4. Lo del gélido abrazo me ha llegado al alma.
    Lo necesito.
    Este calor es insportable.

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    1. Y yo, y yo... un abrazo como de ultratumba... ¿de Drácula tal vez?
      Anda y no te quejes que ayer ya refrescó un poquillo :)))

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  5. Intenso relato, que parecía que iba ir para un lado. Y fue para otro.
    Vengo del blog de Frodo. Un abrazo.

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    1. Alguna vez hemos cruzado comentarios desde mi otro perfil.
      Me gusta eso que hacéis los jueves de los retos de escritura. Lo mío en cambio, solo es vomitar pensamientos y divagar.
      Le debía esta historia a Beauséant, que es quien escribió la original, le he añadido mi desvariada visión de lo que imaginé que pasó, jejeje, poco más que un tinte canalla y perverso.
      Frodo, buen tío, mejor bloguero. También le leo desde hace años ;)
      Un abrazo.

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  6. Un giro diferente al relato primigenio. Una visión distinta pero interesante.

    Besotes ;)

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    1. En la mayoría de historias hay giros que pueden sorprender, basta querer buscarlos ;)
      besito.

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