Cerrando puertas.

(Con el fin de facilitar la lectura continuada, dejo aquí recapitulada la historia de los post con el mismo titulo).


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(JULIO de 2022)
El golpe inicial del agua fría sobre la cabeza siempre la hace centrarse en el instante. No importa cuantos infiernos porte sobre sus hombros. El ritual de la ducha la purifica desde fuera arrastrando hacia abajo todos los lastres, también los internos. Centra todas sus energías en dejar que el influjo del agua arrastre todo aquello que ya no desea y lo deja ir por el desagüe. 

Es la misma sensación que experimenta tras cerrar una puerta, sabe que no querrá volver a abrirla y el hecho de sentir el clon del pestillo, confirma lo aislado al otro lado, hace que el efecto la libere. 

Abre más el paso del agua, la presión de ésta hace que su pelo se empape más rápido y el dolor inicial sobre la piel pasa de doler a solo aliviar. Cierra la presión hasta dejar un leve chorrito que cae sobre el centro de su cabeza. Tampoco es cuestión de tirar la casa por la ventana derrochando recursos comunes. Ya sabe que necesita poco para sacar gran beneficio de ese ritual personal. Apoya ambas palmas sobre los azulejos de la pared y deja que el agua siga buscando los descensos por la geografía del cuerpo. 

Lo acaba de hacer. Ha cerrado un nuevo capitulo de su vida. Las pulsaciones tras el contraste del agua helada vuelven a recuperar su ritmo y el cerebro cae en ese estado de helamiento tan deseado y reconfortante. Cierra los ojos y se deja llevar. Se sobresalta un minuto después. Un recuerdo invade ese momento. Lo deja pasar a través del filtro de la memoria.


(MAYO de 1998)
Misma mujer, otro baño, otra ducha, otra puerta cerrada con pestillo. Antes de desnudarse, soltó la correa del reloj de la muñeca. Pensó en que a esa hora ya estaría a muchos kilómetros de distancia. Y aunque dolía como cien mil infiernos, su sentido común le decía que era lo mejor. El dolor estaba amortiguado por la frialdad del agua, entonces era noviembre, su mes favorito del año. Respiró bajo agua helada. No sintió la derrapada de frenada del coche que acababa de llegar. 

— Meg, termina. J está aquí. Dice que quiere hablar contigo. 
La voz de su amiga la sacó del momento aislado del mundo. 

—Dile que no estoy. 
Siguió bajo el agua, sin moverse, con el corazón, caliente, bombeando en un puño.  

—¡Abre!
La voz de J junto al otro lado de la puerta era aclaratoria, Sue no tuvo opción de mentir. Al otro lado J y su impaciencia giraron el tirador de la puerta varias veces, intensificando el gesto con intensión de conseguir que el engranaje cediese.

—Me estoy duchando —respondió ella— por dios J lárgate. 
—Ábreme. Tenemos que hablar. 
—No me jodas J, ya lo hablamos anoche. No voy a hablar contigo. Vete.
—Abre o te juro que tiro la puerta. 

Megan cerró el grifo mientras gritó.
—¡Te he dicho que te vayas —pensó en abrir, sabía que él era capaz de tirar la puerta, en cambio abrió de nuevo el grifo a toda presión como si ese gesto  del torrente del agua fría sobre ella la apartase de la realidad— ,vete y deja que me duche en paz!

La puerta se cimbreó por el efecto del movimiento del tirador. El hombre golpeó un par de veces con mayor fuerzas. El marco vibró por la sacudida. La golpeó y calculó donde hacia resistencia.
—No me obligues Meg.¡No me he dado la vuelta a cuarenta kilómetros para largarme sin ti —paró— . Ábreme. O la voy a tirar. 

El ambiente en aquella pequeña recamara se hizo tan intenso que se podría captar desde fuera. Megan se giró hacia la puerta... lo conocía muy bien. 
—¡Estoy desnuda!
—Y yo cabreado. 

Fue lo que escuchó antes del impresionante golpe de patada sobre la puerta, seguido por la entrada de él al baño. Megan salió de la ducha sin cerrar el grifo para enfrentarlo de frente, al mismo tiempo que J se abría camino hacia el interior. Antes incluso de escucharla, vio como la cabeza de Sue asomaba por detrás de él en busca de su aprobación .
—¿Quieres que llame a la policía? —el rostro de preocupación de su amiga era revelador, levantó la mano enseñando el móvil— ¿Grito para que acudan los vecinos?

J había estado llorando. Ella negó con un gesto a su amiga mientras se acercó a él sin quitarle la mirada. Un momento como aquel era justo lo que había intentado impedir la noche anterior cuando hablaron.  
—¿La tenias que romper, no? 
—Tu no ibas a abrir. Y yo no me voy a ir sin intentarlo otra vez.  

"Otra vez no" Pensó recordando la noche anterior. J le había comunicado su deseo de llevarla con él a Toledo. Tenia trabajo garantizado allí los próximos ocho meses sin cambiar destino. Pero debía de estar incorporado en cuarenta y ochos horas en el puesto de trabajo. La empresa se lo había comunicado esa misma tarde. Quería que ella le acompañase. Llevaban juntos unos meses, tiempo suficiente para que Megan además de enamorarse hubiese descubierto en su pareja debilidades infranqueables para su forma de entender la vida. Estaba buscando una salida a ello, le quería y la buscaba con esperanzas, pero irse a vivir con él no era una viable. 

Pasaron varias horas hablándolo aquella noche. No encontraron un punto de convergencia. Él quería a toda consta llevarla consigo. Ella prefería volver a casa de sus padres al terminar aquel trabajo y ver como reaccionaba J. Comprobar si era capaz de encausar primero su vida por él mismo. Una vez más terminaron discutiendo por las mismas razones. Cada uno se marchó enfadado a sus respetivos domicilios. No sin antes dar por concluido el fin de aquella relación. 

Megan no había pegado un ojo. Se sentía culpable. Le quería. Pero no estaba dispuesta a correr un riesgo tan grande junto a ningún hombre. No importaba lo que su corazón le gritara. Su sentido común en un brutal silencio, era mucho más certero que todos sus sentimientos bramando al unísono. Aún así había sido muy doloroso romper con él. Tenía miedo de lo que pudiera hacer en un brote de hombría frustrada. Rompió sus pensamientos cuando sintió su contacto. 

—Por favor, piénsalo. Si necesitas unos días puedes venir después. Buscaré algo para que vivamos los dos —la cogió de la mano mientras se lo volvía a pedir—. Pero no me dejes ir solo. Si no es por ti no será por nadie y lo sabes. 

—No vayas por ahí, sabes que no puedo. Lo sabemos —se intento soltar de la mano para coger una toalla y taparse —, es mejor dejarlo así. Te lo dejé claro. Tienes que dejar de consumir por ti mismo yo no puedo obrar el milagro. 

J no la dejó apartarse, agarró con más fuerza la mano y se puso de rodillas. Los hombres como él nunca se arrodillaban ante nadie, jamás. Megan había tenido en aquella posición a más de uno, incluso más cerca, tanto que podrían haber contado cada vello púbico de haber dado esa orden. Pero los tipos como J no hacían esas cosas. 

—No me dejes. Por favor. Sé que eres la persona que necesito en mi vida. 

En pie, desnuda de cuerpo y alma, con aquel hombre arrodillado y suplicando... Megan se sintió la mujer más mala del mundo. Ella siempre era la apropiada para todos. Pero sabía que él no lo sería para ella. No a largo plazo. 

—Por favor J levanta —Megan intentó tirar de él hacia arriba— ya lo hablamos anoche, por favor no nos hagamos más daño, no así. 

Ella odiaba esas situaciones en que parecía quedar como un ser sin alma. A menudo se preguntaba si acaso era verdad qué ella no tenía corazón. En verdad lo amaba, sin embargo tenía muy claro que el amor no siempre es suficiente. No le gustaba con la ligereza que las rayas de cocaína formaban parte de las rutinas de diversión de J los fines de semana. No le importaba que fumase a diario hierba... pero... lo de la coca... no tenia cabida en una vida en común. Lo habían hablado en los dos últimos meses. Dejar de consumir le estaba pasando factura, estaba más apático, cansado y de peor humor. Y aunque en un par de ocasiones lo negó a la primera, luego admitió el consumo a escondidas. 

Se le rompió el corazón, no obstante sabía que vivir con una persona con aquellos hábitos no entraba en sus planes de futuro. Megan tenia demasiado miedo. Miedo de las cosas que imaginaba si J iba a peor en el futuro y la arrastraba dentro del embudo de una vida en común. Miedo de que al dejarlo él hiciera una locura y tener que cargar con ello en su conciencia el resto de su vida. Pensó que enamorarse era un error. Una putada en toda regla. Un laberinto de toscas esquinas que se estrechaban más veces de las deseadas. No se imaginaba viviendo una continua vida de incertidumbres, siempre con aquel miedo pegado a sus sombras. No era lo que quería. 

—Dame otra oportunidad. Voy a demostrar que puedo dejarlo, por ti. No te quiero perder. 

Volvió a tirar de él hacia arriba sin dejar de mirarlo a los ojos, vio como rompió a llorar mientras se ponía en pie. Lo abrazó a pesar de que sabía que era un error. ¿Qué podía hacer sino tomar el control de la situación de la mejor forma que sabia? Lamentó que fuera así. Necesitaba alguien que la protegiera, que le diese seguridad, no más responsabilidades. 

—Escúchame bien —le dijo al oído mientras seguía abrazándole— vamos a dejar la puerta abierta, vas a conducir sin alteraciones y te vas a instalar en tu nuevo destino. Yo tengo que ver que hacer con mi trabajo y mi familia. Pero ya hablamos de todo esto y de qué hacer, cuando ambos estemos más calmados. ¿Te parece?

Él respondió abrazándola más fuerte. No dijo nada cuando se apartó. La besó en la boca. Megan no rehusó el beso, se limitó a salir de su cuerpo al primer contacto de los labios. J besaba muy bien. Ambos lo sabían. Él se aplicó en derribarla con el acto. Ella en marcharse muy, muy lejos, a aquel lugar recóndito de su cabeza, donde la única dueña de la puerta que la aislaba del resto del mundo era ella. 

Se marchó. No sin antes prometer llamar al llegar. En cuanto se oyó el rugir del motor y el tubo escape, Megan se giró sin estibar la puerta, entró de nuevo bajo el chorro de agua y solo entonces rompió a llorar. Solo Sue supo cuánto tiempo estuvo allí llorando bajo el agua. Una de las muchas veces que se asomó por el hueco de la puerta entreabierta, observó que estaba sobre el plato ducha tirada, con el hombro y la cabeza apoyados en la mampara. Sue no preguntó si estaba bien. Sabía que Megan siempre respondería que lo estaba. La dejó allí hasta que salió por si misma. 

Durante el tiempo que estuvo bajo el agua helada, Megan no advirtió la tiritera, ni la piel erizada. El dolor la quemaba por dentro, le salía por los ojos. No quería pensar en cómo lo haría después. El peso de no poder ser una simple mujer era demasiado tormentoso. No entendió por qué tenia que ser siempre ella la que tomase las decisiones jodidas. Por qué cuando de sentimientos se trataba se hacia tan cuesta arriba. ¿Tan difícil era realmente encontrar un hombre qué la hiciera vivir en armonía con su naturaleza?... Qué no la empujase a una primera escuadra de defensa en los momentos más arduos dejándole el peso del mando sobre su cabeza. Intentó dejar de llorar sin conseguirlo. Intento pensar en como salir de aquello sin dejar en su huida daños colaterales irrevertibles.


(JULIO de 2022)

Aquel llanto vuelve a conectar el sentir de las dos, aquella que fue y quien es ahora. El recuerdo que deja pasar a través del filtro de la memoria es como un eco, que en lugar de perder fuerza la va cobrando. Apoya sobre el corazón una mano, con la otra se aparta el cabello de la cara, le cuesta respirar. Duele con la misma intensidad. 

Después de todo no ama de diferente forma, solo se recupera de distinta manera. Se centra en recuperar las pulsaciones. Da más presión al chorro del agua. En ese momento el resto del planeta le importa un carajo. Si solo hubiese agua en el mundo para una sola persona, aun así desperdiciaría en ese gesto el último litro. 

Nunca comete dos veces los mismos errores. No si los advierte. Quizás que el tercer hombre de su vida llevase también una J como inicial, al igual que los dos anteriores, debió de haberla hecho correr en dirección contraria. No era cuestión de lamentarse ya, ni de pensar en "los pudieron ser que no fueron en su momento". Todos esos sentimientos forman parte de ella, de su manera de entender el amor. Una media sonrisa irónica se dibuja en su cara, por un instante se siente como un personaje de Dickens. Tres hombres con iniciales idénticas. Tres hombres completamente diferentes. Tres etapas diferentes de su vida que coinciden en un mismo tiempo. 

Si eso es el amor, debe de ser una puta ironía del destino, piensa mientras cierra el grifo, o una maldición. Se lía en la toalla y se mira en el espejo. Una hora antes le había dicho al tercer J que no lo esperaría más. Ya no siente ese cargo de culpa sobre su conciencia como cuando era joven. Pero le duele igual. El dolor del alma, segrega de igual modo torrentes hirientes que ve reflejados en la mirada que le devuelve el espejo. Tiene una tristeza peculiar, tan marcada que es visible incluso sin lentes. 

Le había pedido unos veinte días para solucionar temas personales y le había prometido que al volver sería el hombre al que amaba. Que lo iba a arreglar si ella estaba dispuesta a perdonarlo. Una infidelidad no tenia porque ser el fin del mundo, Megan lo sabía, pero si era el principio del fin del suyo. 

(AGOSTO de 2022)

No son buenos tiempos para Megan, su vida sentimental está hecha un asco. En ese lugar privado de su mente se pregunta cómo ha podido ser tan mema de dejarse llevar de ese modo. El tercer J ha vuelto. No ha sido el único en volver. Y todos esos sentimientos que trata de tener controlados se le revolucionan haciendo republica independiente en el corazón. 

La llama cariño mío, como si todo lo acontecido pudiera ser absorbido en una única frase. Los sentimientos son contradictorios, los recuerdos de ayer una experiencia viva, la prueba patente de que tarde o temprano ella terminará por marcharse. Siempre lo hace. 

Mientras desayuna en ese cúmulo de tareas que se convierten sus desayunos, ve un correo que la hace detenerse. Tose. El café se le ha ido por otro lado. "Pero... qué  cojones es esto.." Piensa en voz alta. Duda en si abrir el mensaje que le lleva a una conocida red social. M le ha escrito después de... Tiene que hacer cálculos. Hace más de diez años que no sabe nada de él. Y justo ahora se encuentra un mensaje privado. ¿Qué puede querer el hermano del primer J? Sin poder evitarlo el pensamiento retrocede a aquella época de los veinte años cuando se conocieron.


(MARZO de 1997)

M trabajaba en el mismo lugar. La primera vez que lo vio bajo aquella gorra con la visera desgastada sintió un palpito. No se podía estar más bueno y el tío lo sabia. Llegó hasta ella y la saludó dándole un pequeño golpe con un dedo en la visera de su gorra, luego lució aquella impresionante sonrisa con una paleta con un piquito roto y le dijo.

—Así qué tú eres la nueva, bien, quédate a mi lado y no te pasará nada. 

"Este tío es gilipollas". Pensó Megan. Pero tras las peores seis horas y media de jornada laboral de su vida, comprendió lo que aquel tipo con aire chulesco le había querido decir. Él la había estado mirando todo el tiempo de reojo, observándola. Mientras caminaban por el carril de vuelta hasta donde estaban las casas comunes, la abordó. 

—Mañana quédate a mi lado y no seas tonta, tienes huevos, pero necesitas aprender. 

—Lo haré. Gracias. 

Le respondió Megan con su orgullo pateado. 

Al día siguiente sin mediar más palabras que unos buenos días cordiales, se quedó a su lado como si fuera una sombra. Mientras se dirigían al tajo caminando entre la cuadrilla de peones agrícolas, Megan mantuvo el ritmo de M sorteando a las personas. Luego él la cogió de la mano y aligeró el paso con intención de adelantar a la fila. Llegando a la linde del trabajo se dirigió a un grupito de personas que parecían ir juntas. 

— Correrse un poco y dejad un lomo para ella viene conmigo. 

Aquellas personas eran la familia de M. Trabajaban juntos, en una compenetración tal que el trabajo era como coser y cantar. M colocó a Megan entre él y su hermana mayor y entre ambos la ayudaron ese día a llevar su trabajo. En una semana Megan había aprendido tanto de M, que cuando los hombres de la cuadrilla eran llevados a otros tajos y las mujeres se quedaban solas, podía ir en la cabeza sin ayuda ninguna. 

Cuando trascurrió el primer mes de temporada, M y Megan eran inseparables dentro y fuera del trabajo. Vivian en el mismo módulo de casillas y al terminar la jornada M se la pasaba en el dormitorio de Megan jugando a la Playstation de ella. Salian los findes juntos, iban entre semana al pueblo más cercano a comprar, a tomarse unas copas, a visitar a los amigos de M que estaban en otras plantaciones y hasta en más de una ocasión llegaron a dormir la siesta juntos en la cama de Megan. Y todo ello sin haber follado, ni tener nada más allá que una sana amistad.  

Megan se sentía tan bien con M que a pesar de que él le atraía físicamente no se planteaba hacer nada por cambiar la relación que tenían. Pasado el primer mes y medio, una tarde M le contó que su hermano J estaba a punto de terminar el contrato laboral y que era inminente que llegase en los próximos días. La cuadrilla se revolucionó con la noticia al día siguiente. El tal J era bastante popular en el entorno y más entre las féminas que parecían ansiosas por verlo llegar. Megan se contagió de ese ansia, aunque en su caso era más por lo curiosa que era que por las razones obvias del resto. 

J llegó tres días después un par de horas antes de terminar la jornada. Ese día las cuadrillas estaban separadas por sexo. Megan advirtió enseguida que debía de tratarse de él por el revuelo de chismorreo y risitas de las más jóvenes. A lo lejos vio como los hermanos se abrazaban. Luego como caminaba en aquella dirección. Era el pollo del coral, sin duda, daba igual si había llegado el último. Megan volteó los ojos al ver como se comportaban las mujeres con su presencia. Cuando la rebasó a ella la saludó con un "hola" sin pararse, fue hasta donde estaba su hermana mayor, la besó y le dijo quitándose la camiseta.

—Toma, y veté pa' la casa, ya termino yo por ti. 

Megan y él no cruzaron más palabras que aquel hola. Esa tarde M llegó al dormitorio de Megan más tarde y mientras jugaban unas partidas le preguntó si había hablado ya con J y qué le había parecido. Un capullo. Eso era lo que le había parecido a Megan. Era un hombre arrogante y presumido para su gusto. Demasiado chulo, sabia que gustaba y se pavoneaba con aquel aire de macho neandertal presumiendo de torso. Cada día regalaba un espectáculo visual a las mujeres solteras y a las no tan tan libres de la cuadrilla. Las chicas se peleaban por ponerse a su lado en el trabajo y J era el único de los cinco miembros de la unidad familiar que iba por libre. Megan y él se marcaban con la mirada en la distancia, y en las cortas cuando paraban al bocadillo o por las tardes en casa, sus conversaciones se limitaban a palabras sueltas como: gracias, sí, por favor, no, hola y adiós. 

Aquella campaña no fue muy larga, ese año el tiempo no ayudó mucho a la cosecha y en otro mes y medio más, los temporeros estaban recogiendo los bártulos para volver a sus casas. La noche antes el patrón hacia una fiesta de despedida que se organizaba en el campo, en la nave principal de recogida. La fiesta consistía en una comilona con música, bebida, donde la cuadrilla y los jefes pasaban horas de parrandas hasta altas horas de la noche en un ambiente distendido. Al igual que los fines de semana era el momento de lucirse, era lo norma. A Megan le parecía algo primitivo aquella mentalidad pueblerina, qué mujer quería un partido de aquellos para casamiento y tener que encerrarse en una vida limitada.  

Ella había ido a trabajar ese año al campo como un reto personal. Trabajaba pintando en una empresa de pinturas a domicilio y un mes antes, se había quedado sin contrato por reducción de plantilla al ser una de las últimas que contrató la empresa. Sabia por unos conocidos que era el tiempo de la temporalidad de la recogida de la fresa y haciendo oídos sordos a los consejos de su padre, se marchó a probar. Había crecido escuchando a sus mayores decir que si un persona es capaz de trabajar en el campo es capaz de cualquier cosa. Tenía que ver si era verdad, y desnudar los secretos de un mundo rural vasto y no apto para todos. En él descubrió un orbe aparte de todo lo que había conocido hasta entonces y también descubrió el amor. 

—¿Has terminado?

Al otro lado de la puerta de su habitación M la reclamaba para irse juntos a la fiesta. Megan se terminó de pintar los labios mientras le decía que podía pasar. Al final había pasado de arreglarse en plan "vamos a matar de infarto a alguien" Optado por unos vaqueros lavados, Converse rojas, camiseta con un estampado de Mickey Mousse y una bandana anudada de diadema en el pelo suelto; entonces lo llevaba muy largo y teñido en rojo cereza. M se acercó y le cogió uno de los rizos, se lo llevó a la cara e inhaló.  

—Ostia... hueles de puta madre. Hoy seguro que me tengo que partir la cara con algún borracho salido de la cuadrilla. 

—Anda tira, que tienes unas cosas... ni que fueras mi padre. 

Le respondió ella empujándole hacia fuera y cerrando con el candado la puerta de su dormitorio. Luego se agarró a M del brazo exageradamente y empezó a gesticular con saltitos mientras salían de la casa. 

—Cuando esta noche cojas un pedo del carajo y las desesperadas te quieran violar... ya veremos quién rescata a quién. 


(JULIO de 2022)

Los gemidos la hicieron abrir los ojos, enseguida se hicieron a la penumbra. Quien se quejaba en sueños era el segundo J. Dormitaba a su lado en la cama, ella se giró hacia él para comprobar que estaba pasando. Sollozaba dormido, lo palpó en el hombro, tenia el cuerpo sudoroso y caliente. 

— J... J, despierta nene, qué te ocurre. 
— N, n...nada, estoy bien. 

Respondió él con voz afónica y medio cortada poniéndose boca arriba. La mujer ya estaba saliendo de la cama y encendiendo la luz auxiliar. Él se volvió a girar hacia la pared adoptando posición fetal mientras que ella fue hasta la cocina a oscuras, para no despertar a los niños al pasar por el salón. Frente al botiquín, con la luz de la linterna del móvil, cogió una caja de ibuprofeno. Sacó una pastilla del blíster, llenó un vaso de agua y volvió al dormitorio.  

— Déjame que te vea esa garganta. 
Le dijo mientras volvía a encender la linterna del móvil sentada en el borde de la cama. J abrió la boca. Normal. Pensó Megan. Le acercó el vaso y le tendió la pastilla en la palma de la mano que él le ofrecía abierta. 

—Es un ibuprofeno de 800mg, te voy a controlar esa fiebre, si no baja pronto, habrá que levantarse y mojarse un poco, ¿de acuerdo?
—Acuéstate cariño, por la mañana estaré mejor, gracias, no sé qué haría sin ti.

"Posiblemente ser más feliz" pensó Megan mientras se metía de nuevo en la cama. Era un sentimiento que la corroía por dentro. Llevaban veinte años casados, y ya no recordaba cuántos de ellos siendo solo familia. El amor de pareja se les acabó pronto, eran demasiado diferentes como para vivir una historia de pasión mucho tiempo. Sin embargo eran personas responsables. Cuando la relación entre ellos se dinamitó, acordaron por el bien de sus hijos permanecer fieles al proyecto de vida en común que habían creado entre ambos. Después de todo los hijos, son el resultado del amor entre dos personas adultas que así lo deciden. Por tanto nunca deberían de sufrir las consecuencias del desamor de sus padres. Por el bien de sus hijos, un día decidieron permanecer hasta que ellos hicieran sus vidas al margen de la unidad familiar. Pero no siempre era fácil llevar a cabo esos acuerdos. Megan sufría al ver que J, siendo la parte más débil, aun albergaba esperanzas de que la historia entre ellos pudiera cambiar. Por eso nunca bajaba la guardia, ya no mostraba ninguna demostración de lo mucho que le quería a pesar de no estar enamorada de él. No quería que cualquier gesto por su parte, pudiera dar pie en la cabeza del que todavía era su marido, a pensar que la situación entre ambos podía cambiar.

Apenas se tumbó en la cama, J se giró, se abrazó a ella apoyando la cabeza entre sus pechos. Era incomodo, ella tenia esa forma de ser, pero también era una hembra protectora con lo que consideraba suyo. Así que soportó el peso del hombre y su temperatura, le besó en la cabeza y lo medio acurrucó entre los brazos tratando de darle un respiro. En nada. notó como el cuerpo se le relajaba y caía rendido en el mundo de Morfeo. Las lágrimas rodaron entonces por las mejillas de Megan en el más sepultado de los silencios; como si de una procesión de ánimas en paz se tratara camino del cielo. 

Pensó en qué sería ahora su vida después de haberle dicho al tercer J que se quedase con la otra. Se preguntó cómo seria capaz de volver a confiar en nadie después de aquella traición. La angustiaba el pensar que aquel hombre que descansaba en sus brazos nunca la dejase marchar. Y también recordó la última vez que se sintió segura de verdad en los brazos de un hombre. Tenia nueve años, su padre era el único hombre que alguna vez la hizo sentir que podía confiar y recuperarse en un abrazo que no fuera el de su madre. Fuera de él, ningún hombre lo había conseguido. Ni siquiera el primer J.


(MAYO de 1997)
M y Megan llegaron a la nave juntos. Gran parte de la cuadrilla ya estaba allí. Ella observó con disimulo como las miradas de recelo femeninas impactaron sobre su persona en cuanto la vieron llegar con M.
— Ves, guapito de cara... ya te lo he dicho, hoy triunfas, mira que de chica mona hay hoy por estos campos, jejeje.
—Solo hay una mona que me interesa, pero ella no sé da cuenta. 

Se ruborizó. Megan no podía evitar ruborizarse cuando se sentía insegura frente a un hombre que le gustaba. Era un signo que la delataba como si una flecha de luces neón la apuntase desde arriba señalando su cabeza. Desde que conocía a M se había sentido atraída por él, pensaba que la atracción era mutua, pero estaba esperando que él diese el paso. Se había cansado de ser siempre ella quien lo daba. Cada vez sentía más calor en la cara y eso la hacia estar aun más inquieta. Sintió el corazón en las sienes y un alboroto en el lugar de este, como un presagio de que aquella noche por fin iba a ocurrir.

Fue la llegada de uno de los patrones con el camión lleno del catering, lo que rompió aquel instante. Al estar cerca de la puerta, el jefe les llamó la atención para que fuesen a ayudar a descargar. Entonces M silbó a algunos de los hombres que estaban dentro y acudieron. Aquella noche las cuadrillas, tanto la de las casillas de arriba, como la de las casillas de abajo y la cuadrilla de la otra finca, se reunirían para celebrar la despedida del cierre de temporada. Para Megan era la primera vez, así que no tenia ni idea de la cantidad de gente que se iba a reunir allí. Estaba en el muelle con los brazos extendidos hacia arriba para coger un pack de bebidas, cuando alguien la cogió de la cintura y la desplazó a un lado. 
—Mi hermana te está buscando, anda y ve con las mujeres. Hoy ninguna de vosotras debe trabajar. 

J estaba tan cerca que todos los sensores de alarma de Megan se activaron, cuando ella giró para ver quien la sujetaba. Se quedó atrapada entre las manos de él que seguían agarrándola de la cintura, y aquel giro instintivo que la hizo aterrizar de frente en el pectoral masculino. Él era un hombre muy corpulento y más alto que ella. Aquella había sido la frase más larga que le había dirigido en todo el tiempo desde que llegó a mitad de la campaña. Y Megan se quedó muda, atrapada en algo más que aquel inusitado abrazo. Bajo las palmas de sus manos el pectoral de J subía y bajaba, firme, voluminoso, nunca se había sentido tan pequeña frente a un hombre. 

Ocurrió entonces tal y como si estuviese dentro de un bucle de tiempo atrapada, que sintió como J se aproximaba, le cogía un mechón de cabello y tras olfatearlo añadió acercándose de forma sugestiva a su cuello y susurrándole al oído: "que bien hueles jodia, espero no tener que terminar a ostias con nadie esta noche, eres pura provocación". Megan se retembló. Ese hombre había conseguido poner en alerta todos sus sistemas de defensas.


(SEPTIEMBRE de 2022)
Sentada frente al segundo J en el restaurante, recuerda el email que le ha llegado esa misma mañana. "Promiscua e infiel. Tu marido debe estar encantado de la celebración de esta noche". Las personas terminan por opinar con bastante ligereza de aquellas cosas que piensan que saben. Pero la verdad pocas veces es absoluta. Las personas por lo general, confunden la metafísica con la inmutabilidad cuando en ciertos hechos o comportamientos humanos se trata de dar sentido a la verdad. Y la absoluta, solo existe en los hechos inmutables... las demás verdades pertenecen a los implicados y la complejidad de su existencialidad como individuos. 

Megan coge con los palillos un poco de comida de su plato y se la da a probar a J. A él no le complace mucho ir a comer a esos sitios, pero ha pedido reserva en ese restaurante porque sabe que a ella si le gusta mucho. Megan por su parte conociendo lo gustos de él, le ha pedido cosas que sabe que puede comer. Y como siempre, le ofrece de su plato para que experimente sabores nuevos. J siempre ha sido así, básico, elemental, poco dado a arriesgar, un hombre tranquilo. Era el contrapunto para la insaciable curiosidad de Megan. Hasta el día en que él quiso poner freno a la curiosidad de ella. 

Después de cenar brindaron con el chupito que la señora oriental les ofreció como cortesía. Los dos se miraron con complicidad aguantando la risa cuando Megan dijo:

—¿Por otros veinte años de soportarnos?

—Si hemos llegado a veinte ¿por qué no a cuarenta?

—De momento dejémoslo en ver cómo sobrevivir a los próximos cinco ¿No te parece? ¿Sabes que tu hija quiere que renovemos los votos en las bodas de plata?

—Lo sé, alguna vez me lo ha comentado. 

—¿Te volverías a casar conmigo ahora?

J atravesó con la mirada a Megan, había amor en ella... lealtad y también resignación. Negó con la cabeza, acompañando a la negación con un gesto de tristeza, bajó la mirada. Megan le cogió de la mano y le dijo en un tono tranquilizador.

—Lo estamos haciendo lo mejor que sabemos. Y lo estamos haciendo muy bien por ellos. No pasa nada. Todavía falta mucho para entonces. Esa será la fecha limite pero mientras, aún queda tiempo. 

Salieron del local cogidos de la mano como una pareja más. Hablaban de sus hijos y de la semana siguiente cuando empezaran las clases, cómo se organizarían para llevar y recoger a unos y otros. De pronto en un local cercano comenzó a sonar una canción de baile que a Megan le gustaba mucho. Sabía que él no bailaría, su sentido del ridículo siempre le limitaba a probar cosas que no controlaba por el que dirán. Ella por el contrario no podía con su ser pizpireta. En mitad de la plaza comenzó a bailar en torno a él viéndole como si el tiempo no hubiese pasado por ellos. J abducido por su timidez, con su media sonrisa riéndose de las locuras de ella, que dominando complejos de inseguridad y haciendo el ganso, seguía bailando mientras caminaban en dirección a los aparcamientos.


(MAYO de 1997)

La fiesta en la nave se fue alargando hasta altas horas del amanecer. El ambiente fue distendido hasta que el consumo de alcohol empezó a dar señales de incomodidad en algunos personas por ciertos comportamientos anteriores de otras. A Megan le dijeron que solía pasar en las cuadrillas, al igual que en las mejores familias, que aquellas cosas que durante el resto del año pasaban camufladas, se destapaban en cuanto el efecto del alcohol hacia que la gente se desinhibían. Megan había oído hablar sobre las fiestas de cierre, que siempre había alguna trifulca que las señalaba cada año. En la última hubo dobles. Una disputa que terminó en manos de dos chicas por tontearías de "tú has dicho a fulana tal cosa de mi". Y otra de una familia de etnia gitana con otra de rumanos que durante toda la campaña habían tenido problemas por los miembros más jóvenes y su rencillas.

Un chico de la cuadrilla que venía del barrio del Torrejón era el que metía la mierda a los que consumían en el campo. Megan lo sabia, había salido muchos fines de semana con M y visto muchas cosas. Sin embargo esa noche lo que vio mientras volvía del baño que estaba detrás de la nave, no le gustó. M estaba consumiendo junto a otros en el coche del chico de Huelva. 

— Eh Megan, ven tenemos algo para ti. 

Le gritó uno de ellos al verla. Megan se detuvo, estaba a unos metros. Negó con la cabeza y prosiguió en la dirección que llevaba a la puerta de la nave. El mismo insistió, era un tipo unos años mayor que el resto, a ella nunca le había caído bien, era un chulo de esos que se creen graciosos vacilando a las mujeres. 

—No seas tonta tía, anda ven que te voy a invitar yo. 

—¿Por qué no invitas a tu puta madre, gilipollas?

El jaleo entre los chicos que rompieron en carcajadas y en burlas se quedó amortiguado por la música que empezó a sonar de nuevo y era mucho más fuerte mientras Megan se aproximaba más a la esquina y se alejaba de los aparcamientos donde estaban ellos. No llegó a oír como entre sorna, le preguntaban a M si era ella la chica que pensaba follarse esa noche. Tampoco como él reía la gracia. 

Una vez dentro fue a por un refresco y estando en la barra sirviéndoselo, sintió un gran revuelo a sus espaldas. Venia de la gente que estaban más cerca de la puerta. Por lo visto ya alguien había inaugurado esa noche el momento de las peleas. La gente salió de la nave, se notaba que había follón fuera. Megan se terminó de llenar el vaso y cuando se disponía a enterarse a ver que pasaba, vio a la hermana de M y J entrar muy cabreada, detrás venia su marido con J, se notaba que le estaba riñendo por su forma de gesticular. 

La gente daba por normal algo así, a Megan no se lo parecía. La fiesta prosiguió en poco tiempo como si nada . No tardó en enterarse que habían sido los dos hermanos los causantes de revuelo. Al parecer habían salido los dos a puñetazos en el aparcamiento. Hubo hasta para quienes la anécdota les pareció divertida y trataban de enterarse la razón del rifirrafe. Sin embargo para ella después de lo que había visto y lo que parecía que había ocurrido, la fiesta había terminado esa noche. Se despidió de algunas personas a las que estimaba y que al no vivir en las casillas de arriba no vería por la mañana antes de irse. Y acto seguido cogió el carril abajo en dirección a las casillas. 

No se veía apenas. Esa noche no había luna y el camino de tierra estaba completamente a oscuras. Con lo precavida que era, se preguntaba cómo no había caído en un detalle tan obvio para el momento de volver. Claro que cuando con la luz del día salió caminando con M hacia la nave, no había planeado volver sola. Dio un tropezón o dos en lo inestable del terreno y tuvo que aminorar la marcha, pensó que lo último que le hacia falta era un tobillo torcido para tener que conducir hasta casa a la mañana siguiente. La noche no había terminado como imaginó. En el fondo algo le decía que había sido la causante del enfrentamiento de aquellos dos, pero, por qué... 

Sabía que ellos en el pasado habían tenido disputas por tener aventuras con las mismas chicas. Pero ella no había tenido nada con ninguno, de hecho con J ni tenia relación. Y M, siempre parecía que iba a atravesar el limite que marcaba la amistad, pero no terminaba de traspasar esa línea. Recordaba lo que ambos le habían dicho mientras se ataba la bandana de la cabeza en un moño alto y la anudaba. Al cuello les habría echado el nudo, primero a uno y luego a otro. Le reventaba ese tipo de actitudes. 

Primero fue la luz de los faros. Megan respiró pensando que al final iba a tener suerte. Alguien se iba de la fiesta e igual llevaban hueco para acercarla hasta la casilla. Cuando el coche se aproximó a su altura se echó a un lado del camino, estaba deslumbrada. Puso cara de peste, en el momento que el coche la rebasó y paró y pudo ver quien era.  

—Anda sube que te llevo. 

Era J que le hacia un gesto de cabeza marcando el asiento de copiloto. Megan empezó a andar.

—No. Gracias. Prefiero caminar. 

—No seas mentecata, sube anda, a ver si te vas a caer, no se ve un nabo. 

No respondió. Siguió caminando. Entonces J bajó del coche, aceleró el paso y la agarró del brazo. Megan se giró levantando el puño de la mano que le quedaba libre, J fue más rápido y esquivó el puñetazo. Rompió en una carcajada sonora, mientras la trataba de inmovilizar recibió alguno. Solo cuando Megan se estuvo quieta pudo sujetarla. 

—Ea, ya estás contento. Venga. ¿Qué cojones quieres? 

—Que subas al coche y te dejo en casa. No hagas más la idiota. No ves que es peligroso andar por estos caminos como vas sola. Mi hermana me ha mandado por ti. 

—Pues ve y le dices a tu hermana que ya me has llevado. 

La soltó y Megan siguió caminando a paso rápido en la misma dirección que llevaba. J subió al coche y fue en primera tras ella como si de un comitiva de dos posesionando se tratase. Esperó en el coche hasta que ella abrió la puerta y entró cerrando tras ella con un portazo. 

Apenas entró en la casa Megan sintió que J llamaba a la puerta. Fue hasta ella y abrió. Él estaba parado en el umbral, iluminado desde detrás por la luz de los faros. Megan salió y poniéndose frente a él le espetó.  

—¿Y ahora que cojones quieres?

—Mira que eres malablá.

—Y eso lo dice el catedrático del lomo del carril, no te jod...

No la dejó terminar. La agarró del moño, tiró hacia él girándole sin contemplaciones la cabeza y la besó.


(DICIEMBRE de 2022)

El tercer J dijo la verdad cuando le confesó que ella era la mujer a la que más había amado y por la que más había esperado en su vida. Megan era la única mujer que él había conocido con la paciencia necesaria para resistir todos sus tiempos y el amor suficiente para perdonar su traiciones. 


Aun así lo dijo tarde. Para cuando pronunció las palabras, ya se había quedado dormida, rendida tras el llanto y la explosión de oxitocina, prolactina y vasopresina que el múltiple orgasmo le había provocado. 

¿Terminaría la realidad por imperar en las relaciones como imperan los rayos de sol al alba? A menudo en ese imperativo de realidad, la sugestión enreda con sutil picaresca, dejando caer las mayores verdades a destiempo. J confiaba en que no fuera así y en qué Megan lo entendiese. Dormida entre sus brazos la acurrucó en silencio hasta que el propio Morfeo lo reclamó también a él. 



(MAYO de 1997)
Megan se levantó muy temprano. Se había acostado vestida y lo único que le quedaba por guardar era la ropa de cama y el neceser de baño que tenia en la mesilla. En menos de quince minutos estaba subiendo al remolque todos sus enseres para regresar. Fuera en la zona de los aparcamientos no había movimientos. Se notaba que la gente estaba aun descansando de la fiesta de la noche anterior. Ella tenía prisa por volver a casa. Apenas si tardó una hora en estar lista. No se despidió de nadie, lo hizo la noche anterior. Las despedidas nunca le habían gustado porque siempre terminaba por ser la mujer fría que no aportaba emociones al momento. Sin embargo al pasar junto a la puerta de ellos, esta estaba entreabierta, aminoró, sintió el impulso de parar. 

Se sobresaltó como si el primer J al salir y hacerle una señal con la mano de que parase hubiese podido descubrir hasta el más privado de sus pensamientos. 
— Fea, para. Mi hermana te quiere decir una cosa —le dijo abriendo más la puerta de la casa.
Tras él salió presurosa la mujer y se acercó al coche, se situó junto a la ventanilla abierta. 

—La semana que viene es mi cumpleaños, me gustaría que si puedes vengas a casa. Haremos en la finca de mis padres una celebración familiar, pero tú eres una más ya. Piénsalo y ven, porfa. 
Megan asintió. Le dijo que no tenia ningún compromiso para los primeros días y que haría lo posible por ir. 
—Trae ropa y te quedas unos días. En mi casa te puedes quedar, tengo sitio. Y así conoces nuestro pueblo y tendremos más días para estar juntas. Por cierto M se fue anoche, quería conducir de noche y no tener que madrugar. Dijo que si te veíamos antes de que te fueras te dijésemos adiós de su parte —bajo la voz mientras se aproximaba tanto a la ventana que casi habló dentro del vehículo— estos dos volvieron a discutir al llegar. Yo no sé que ha pasado entre ustedes tres, pero no quiero que afecte a nuestra amistad. Pasa de ellos y ven. Mi hermana tiene muchas ganas de conocerte. 
—No te prometo nada. Pero intentaré ir. 
Megan no era de hacer promesas, nunca las hacía, ni tan siquiera las que sabia que podía cumplir. Se dieron un achuchón con la puerta del coche de por medio e inició el camino de regreso. 

Mientras veía desaparecer el asfalto bajo el capó de su todoterreno con el BOSS sonando a media intensidad, se preguntó qué coño había pasado y por qué se sentía tan extraña. Era un estado contradictorio, por un lado le habría gustado poder hablar con M antes de que él se marchase. También bajar del coche y partir la cara de chulo prepotente a J y meterle el fea pronunciado por donde le cupiese. No era una chica enamoradiza, rara vez se dejaba llevar sin calcular todos los pormenores de lo que una relación podía conllevar, incluidas aquellas que duraban un pestañeo. Cuando una mujer pisa sin ninguna intención de vacilar, ni propósito de arrepentimiento, no se puede ir por las ramas de los devaneos emocionales. Ella conocía ese estado, ese hormigueo en la nuca, el paladar seco, el corazón tomando revoluciones y sus sentidos sensoriales empezando a dispararse. 

Le rugió el estómago. Eso no tenía nada que ver con el hecho de que se sintiera atraída por los dos hermanos. Apenas había comido nada la noche anterior en la fiesta y había llevado la tarde anterior a una familia que se quedaba allí todo el año, el resto de los productos de su alacena, junto a la compra que le quedaba en la nevera y el congelador. Ni para un café dejó. Café. Eso era lo que necesitaba. Un café era perfecto en ese instante, miró el cartel de la autopista que marcaba una salida inminente y puso el intermitente. Un café rara vez no es la solución, y si se acompaña con churros a primera hora de la mañana, mucho mejor. Con el estomago vacío las circunstancias pueden magnificarse, al menos eso pensaba mientras tomaba la salida. 

(...una semana después)

No era una proeza de la que una mujer pudiera presumir, casi sonaba más a bajeza y ordinariez, a estupidez humana, si se hablaba de ello. Pero cierto era que ella tenia una habilidad sobrehumana para vencer a cualquier tío bebiendo, no había quien le aguantara el ritmo. La única condición era que ya se hiciera como alguna apuesta mutuamente acordada o como un reto personal de emborracharla y llevarla al huerto... Megan solo bebía ron. Y dependiendo de la mala leche de la jugada del contrario, el final de la velada tenia el desenlace que ella ejecutaba con total control y maestría. 

Mientras el grupo de amigos de M y J ya mostraban serias manifestaciones de tener el alcohol en vena imponiéndose en la personalidad, Megan estaba cotejando con pulcritud lo que conocía de cada uno de ellos y lo que empezaba a aflorar. Descubriendo que algunos de ellos no eran tan fieles al trato, ni a la amistad que profesaban entre ellos. No estaba segura del papel que ella misma desempeñaba en aquel circulo, o qué historia había corrido entre ellos. Porque desde el primer momento, llevaba tres días en casa de la hermana mayor, los familiares y los amigos parecían dar por hecho que entre J y ella había algo. 

Sin embargo J se había limitado a saludarla el primer día con dos besos muy tensos y cruzar las palabras justas cuando estaban en el mismo recinto y la cercanía por educación obligaba a ello. Después de cenar en familia, los chicos la invitaron a salir y ella animada por la insistencia de la anfitriona, tuvo que declinarse por acompañarlos. Era el cumpleaños de uno de la pandilla y estuvieron de copas en una discoteca de verano muy ambientada, para pasar más tarde a una fiesta privada en la finca de otro amigo. Se encontraba a las afueras de la ciudad. Megan no se sintió muy segura cuando le propusieron dejar su coche y reajustarse en los otros, menos con tipos que no conocía y en los que ya afloraban síntomas de consumo no controlado. 

─ M, solo iré contigo en el coche si me das tu palabra que cuando te pida que me traigas lo harás sin contemplaciones. 

El muchacho sonrió de oreja a oreja. Echó el brazo por encima de los hombros de Megan para reducirla pegándola a su axila. La enrrabietó mientras le revolvía los rizos despeinándola y respondió con voz burlesca. 

─ Serás capulla, pues claro que vas a venir conmigo, no te dejo yo que te subas al coche de ninguno de estos depravados. Fijo que apareces mañana descuartizada en alguna cuneta. 

Así era la complicidad entre ellos, se comprendían con mirarse, o eso creían cada cual desde su perspectiva. Sus conversaciones navegaban con aquel tinte de humor irónico cargado de compadreo, más habitual entre amigos del mismo sexo. Y fue con M en su vehículo con quien llegó por oscuros caminos a un lugar de campo apartado, mientras tres de los chicos en el asiento posterior no paraban de hacer bromas macabras sobre el lugar al que iban. 

La parcela era muy acogedora, con una zona de piscina muy cuidada, lastima que ya había pasado la temporada de baño, aunque todo estaba bien cuidado, tanto el mantenimiento de la piscina como el resto del hábitat de ésta. Estaba adornado como una fiesta hawaiana y según llegaban se iban colocando los complementos de collares y faldas. Había mucho alcohol y poco que comer, fue una observación de Megan en cuanto llegó a la zona donde estaban los tentempiés, cuando la gente empezó a llegar se dio cuenta que era la única mujer y eso la puso en guardia. Ninguna de las chicas que habían estado en la disco se presentaron. Solo estaban los chicos, cuatro coches completos, dos más, además del de J y el de M.

La música sonaba demasiado alta para el gusto de Megan, eso le impedía controlar las conversaciones ajenas a la que ya mantenía. Otra de sus habilidades ocultas, seguir varias conversaciones colindantes a la vez. Cerca de la piscina M y J junto a otros dos parecían estar debatiendo sobre algún tema. Se notaba la tensión. 

─ Oye Megan, tú y el J tenéis algo, ¿o no? 

Ella pensó que el muchacho ya había tardado en preguntarlo, porque llevaba rato tirándole los tejos, a ver que conseguía. 

─ Somos amigos. 

─ Y algo más. ¿ Con derecho a... ? ─.No le dejó terminar la frase.

─ No, solo amigos.

De pronto el sonido repetitivo de un claxon les hizo a todos centrarse en el exterior. Alguien fue a abrir la puerta, eran las chicas, exactamente cinco, que llegaban en un solo auto. Para sorpresa de Megan ninguna era de las que había conocido los días previos, ni esa noche. Bastó el instante de las presentaciones para saber que la velada no iba a dar para mucho con ellas. Las chicas no eran del agrado de Megan lo tuvo claro enseguida. No se debía al modo descarado en que todas le hicieron el vacío, tampoco en como se fueron besando con algunos de los chicos. Simplemente era porque Megan sabía muy bien cuando estaba en el lugar equivocado y con la gente equivocada y en ese momento supo que ambas cosas se estaban dando. 

J se acercó a ella  y le colocó una corona de flores en la cabeza, con uno de los collares que había anudado más corto. Mientras lo hacia le dijo. 

─ Ven conmigo que te voy a enseñar el resto de la finca que no has visto. 

─ Creo que ya he visto sufímente.

─ No seas tonta y vamos a dar una vuelta tú yo. 

Le insistió J mientras la agarraba de la mano y trató de hacer que lo siguiera. Megan se resistió como si sus pies estuvieran anclados al suelo. Él no insistió la soltó y acercándose a ella le dijo.

─ Tú misma señorita mojigata. 

─ Gilipollas ─. Masculló ella.

Fue entonces cuando el rostro de J se endureció y enfrentándola le increpó cerca de la cara. 

─ El gilipollas no soy yo, sino mi hermano por haberte traído aquí. 

Aquella frase empezó a cobrar sentido para Megan apenas media hora más tarde, observando como la fiestecita empezaba a cobrar el cuerpo que seguramente tenían las que celebraban en aquel lugar. Tres de las chicas con J y el dueño de la parcela estaban sentados junto a la piscina cortando unas rayas de coca. Otro de los chicos se les unió en cuanto lo advirtió y así todos fueron participando. El cumpleañero como buen anfitrión se acercó con una a ofrecer a Megan, rehusó la invitación, ella nunca había consumido otro tipo de droga que no fuera el ron y el azúcar. 

Poco después la peña parecía mucho más desinhibida,  Tiraron a uno vestido a la piscina y a continuación dos de las chicas en ropa interior lo siguieron. Los chicos que hablaban con Megan la invitaron a participar del baño. Que ella aceptara era una probabilidad tan escasa como ver pasar al cometa Halley en una fecha fuera de su orbita establecida. Los ojos de Megan se abrieron como platos instintivamente al girar la cabeza y ver frente a ella, a escasos seis metros, la imagen de los impresionantes genitales que acababan de saltar al agua con un hombre unido a ellos. La escena la hizo detenerse y perder el resto de interés en todo lo que no fuera saber si era verdad lo que acaba de ver. 

─ Sí, sí, esa misma cara ponen todas la primera vez que ven el pollón del J. 

Las risas y los vítores de los bañistas atrajo a los participantes dispersos a la zona de la piscina. Megan se apartó y se recostó en una de las columnas del porche con la intención de tener un poco de respaldo y no acabar en el agua. Las ropas comenzaron a desaparecer y la piscina a llenarse de gente desnuda. M se acercó a ella con el ceño algo fruncido, la conocía lo suficiente para saber que ya no estaba bien allí. 

─ ¿Nos vamos?

Megan asintió con la cabeza, agarrando la mano que él le ofrecía. Al pasar junto a la piscina por el camino empedrado que conducía al exterior, vio a J con la chica rubita de tetas grandes, se la estaba follando dentro del agua mientras la del pelo teñido burdeos le comía la boca. Junto a ellos, dos de los chicos estaban también enlazados con la más bajita. Cuando M alzó la voz anunciando que ellos dos se marchaban, los otros empezaron a insistir para que se quedaran. J no dijo nada, desde aquella escena tan libertina en la que se encontraba participando, la atravesó con la mirada. No supo interpretar aquella expresión que él le lanzó, solo se quedó mirándolo y aguantándola. Agachó la mirada del mismo modo en que momentos antes había abierto los ojos, instintivamente, como un reflejo de su propia moralidad. Verlo soltar a la chicas y salir del agua con un ágil salto, la hizo estremecer. J era un hombre muy corpulento, con un miembro bien dotado, que lucia erguido en toda magnitud y ni un atisbo de vergüenza o pudor. Recogió lo vaqueros del suelo y sacando del bolsillo unas llaves se las lanzó a M que agarró en el aire el manojo. 

─ Mi hermana me las ha dado para ti, para que entres sin tener que llamar al portal ─mirando a M añadió─ .Dile tú cuales son. Y procura que llegué bien. 

Y acto seguido se introdujo en la piscina de un salto, con la misma agilidad que un momento antes había salido. Acompañado de los grititos de las féminas y las bromas de los amigos que le acusaban de haber perdido a la chica que se estaba marchando con el hermano. 

─ Ni los escuches Meg, no hagas caso a estos idiotas. No son mala gente, pero somos así de golfos todos. No debí de haberte traído. De saber que vendrían estas guarras no habríamos venido.

─ ¿Guarras? Genial ─exclamó Megan con tono provocador─ . Si un hombre usa ese calificativo con una mujer para hablar de otras ya se está retratando a fondo. Haz el favor de llevarme hasta mi coche, ahora mismo.


— ¿Quieres qué te lleve ya a casa de mi hermana o nos tomamos algo de tranquis antes? 


M conducía despacio por el camino de vuelta. No habían hablado en los últimos cinco minutos desde que se subieron al coche. Megan no parecía tener ningún interés en querer conversar, ni siquiera lo miró cuando él le hizo la pregunta. Al no obtener respuesta M puso rumbo al domicilio de su hermana para dejarla. 


Cuando llegaron a los aparcamientos del bloque de piso paró en doble fila junto al portal. Fue entonces cuando Megan le miró y respondió a la pregunta que le había hecho minutos antes. 

— Lo cierto es que no me apetece recogerme aun. Pero lo de tomarnos algo de tranquis después de lo visto esta noche y de lo que te he oído sobre tus amigas, pues me hace preguntarme si aceptar supondrá algo más que una copa. Y te aviso de antemano que no estoy para tonterías. 


— Hostia Meg. No seas tan dura. Yo no soy así. No te enfades conmigo —. Respondió M mientras metía primera y movía el coche. 


— No estoy enfadada, solo algo sorprendida de ver como os lo montáis. Me podías haber avisado —él trató de intervenir y Megan le calló haciendo un gesto con el dedo mientras siguió hablando sin pausas— ni se te ocurra decir nada para arreglarlo porque entonces sí que me vas a enfadar. Lo que has dicho de que son unas guarras no me ha gustado un pelo, aunque lo haya pensando, vale. Lo que me parece asqueroso de verdad, es que te tires a las mismas tías que tus amigos y tu hermano para que luego las taches de guarras. 


M supo que aunque no estaba cabreada, porque de estarlo no habría dicho ni "mu" y se habría ido a dormir. Sabia que tampoco estaba de humor para debatir. Así que permaneció callado mientras ella lo puso de vuelta y media, dejándole claro lo que opinaba de los hombres como él. Cuando ella terminó de ponerlo verde a él, a su hermano y a sus amigos, simplemente cambió de tema. 


— He cambiado de opinión. En lugar de tomarnos algo te voy a llevar a un sitio que te va a gustar. 


— ¿Una sorpresita? —preguntó ella con tinte mordaz y gesticulando incredulidad con un gesto torcido— no si al final vas a rebosar el vaso, guapito cara.


El coche volvió a tomar dirección a las afueras. Sonaba el cd2 de "Para siempre " de Héroes del silencio. Megan se dejó llevar. M siempre le había inspirado confianza aunque ciertas acciones de su comportamiento le parecieran mal. Cerró los ojos y escuchó "mar adentro" se dejó llevar. La letra le gustaba. Aquella canción siempre conseguía ponerla a tono. Le miró de reojo, sintió el deseo de tocarlo. No lo hizo. 


Él siempre le había parecido un hombre muy atractivo. Tan moreno, con el cabello rizado, el flequillo con aquel irreverente medio tupé que le recordaba a Loquillo. Miró las manos sobre el volante, grandes, trabajadas. Se dijo a si misma que si no empezaba a ponerse freno la podría liar, porque ciertamente M le gustaba mucho. 


Le vino a la mente alguno de los muchos momentos en que ambos pasaban las tardes jugando al Tekken, M con el personaje de "Lee Chaolan" y ella con "Michele Chang". Luego pasaban las rabietas del juego a lo real, se daban varias sacudidas, eran en esos momentos cuando M conseguía reducirla con alguna llave y ganarla porque en las partidas siempre lo hacía Megan. Casi siempre la despeinaba y se quedaba la gomilla del moño como trofeo en la muñeca. A veces tenia varias gomas de su pelo y cuando se le acumulaban se las daba todas juntas quedándose con una. 


El último día de trabajo fue así, le echó el brazo por encima del hombro mientras volvían caminando por el sendero de tierra tras dejar en la nave los carros. Primero le había devuelto las gomas diciendo que se cerraba el ciclo de victorias de ese año. Pero luego le arrancó la gorra. Le hizo una llave sujetándole la cabeza bajo el brazo junto al costado. Mientras ella se soltaba, le volvió a arrancar la goma que le sujetaba el moño, añadiendo que esa era el primer trofeo de lo que vendría en la siguiente temporada. 


─¿Esa gomilla es la mía?

Le preguntó volviendo de golpe al momento presente. Al ver la goma elástica en la muñeca junto al reloj, se le había pasado inadvertida, porque era finita y del mismo color que la correa. Pero sí, era la misma gomilla del último día de campaña.


─ Era mejor quedarse con las gomillas de tu pelo, que asaltar tu tendedero y que me pillasen robando tus bragas. 


─ No me jodas. Dime que descubriste quien me las robaba. 


Aquella campaña temporera, Megan sufrió asaltos a su ropa interior casi cada vez que hacia una colada y tendía la ropa en los tendederos colectivos. Fue tan severo el asalto, que terminó por comprar un tendedero portátil y tendía la ropa interior dentro del propio dormitorio. Se armó un gran revuelo en la cuadrilla de trabajadores, porque la gente hacia cábalas sin que se pudiera descubrir a la persona, o personas que estuvieron detrás de lo que a ella le pareció una broma de muy mal gusto.  


─ Si me llego a enterar hubiese hecho que se las comiera. Incluso le llegué a pagar a mi sobrino para que espiara la zona de tendederos por mi.   


Megan estalló en carcajadas. Sabía que eso era verdad, porque el chiquillo se había ido de la lengua y se lo contó a su madre estando ella delante. Cuando terminó de reír, recordando aquellos momentos, se encontró de nuevo con la mirada de M que conducía con la cara vuelta hacia ella. Fueron unos segundos que se quedaron suspendidos en un instante infinito. Y por primera vez desde que se conocían, Megan no supo que decir. Se quedó cortada y miró hacia delante sentándose de golpe, derecha, en el asiento. 


─ ¿Dónde vamos? 

Fue lo más original que se le ocurrió decir unos instantes después para cortar el silencio que se había instalado entre ellos. 


─ Es una tontería, pero sé que te va a gustar. Solo quiero que lo veas. Porque es donde me gusta acabar la noche cuando salgo. 


M la llevo a las afueras, la carretera terminaba en unos cerros desde donde se podía ver iluminado uno de los laterales del pueblo. Le recordó a la vieja carretera frente a las fábricas, cerca de los campos donde ambos trabajaban. 


Solían ir los dos juntos en el mismo coche cuando bajaban al pueblo e iban de fiesta los fines de semana. De vuelta, solían parar el coche en el arcén, en una zona más alta de la carretera desde donde se veían los campos sembrados. Cubiertos de plástico e iluminados por la luna, parecían un mar de plata, y al fondo los destellos de lucecitas de las fabricas de celulosa le daban un toque peculiar. Allí escuchaban un par de canciones con el motor parado y se fumaban el último cigarrillo. 


— Pues sí, me gusta. La vista es muy bonita. Me recuerda a la de las fábricas, pero con más altura. Recuerdo que me hablaste de este lugar y también que me dijiste que me traerías si venía a tu pueblo alguna vez. La verdad es que se ve muy bonito desde aquí. 


— Lo más bonito es el amanecer. Hay un instante en que la luz es bastante... bonita. 


Megan rompió la tensión que se había creado en el ambiente con una gran risotada cuando le oyó decir lo de la luz bonita. M se quedó mirándola hasta que ella dejó de reír. Megan se tomó su tiempo en ello y cuando terminó dijo con un tono burlón . 


—El poeta rural —. Ambos rieron entonces, luego ella añadió— Te ha quedado para imprimirlo. Lo digo en serio, jajajaja, ¿es lo que le dices a todas cuando las traes aqui? Tenias que haber visto la cara que ponías al decirlo, buscando un adjetivo que no te salía. Ha sido muy gracioso.


—Eres una cabrona que lo sepas. No me extraña lo que dicen de ti. 


—¿Por qué cabrona? solo he dicho lo que he pensado al ver tu cara. Y qué dicen de mi. Ahora lo largas, guapo. 


M aguantó la sonrisa mientras negaba con un gesto de cabeza y luego se retrepó en el asiento apartando la mirada y volviendo atrás en sus recuerdos de cuando trataba de descubrir aquel tema de la ropa interior. A él le gustaba mucho el modo en que ambos se entendían y el compadreo que surgía con aquella chica. Ella le gustaba de verdad a pesar de que también era su amiga. No como a la mayoría de los hombres solteros de la cuadrilla que estaban en guardia tratando de tener una cita con ella para follar. Hubo alguno que consiguió la cita para tomar algo, pero el único con quien ella había repetido las salidas en más de una ocasión fue con él. Cuando los hombres se reunían, alguna vez surgió el tema de las mujeres. Había chicas de distintas nacionalidades en el grupo de trabajo. Y eran frecuentes los líos entre los solteros y algún que otro casado. También las trifulcas a cuentas de faldas y alguna que otra infidelidad. Como aquella vez que dos mujeres comenzaron a pegarse en mitad de la jornada laboral, porque una acusaba a la otra de acostarse con su marido. O como en aquella última noche de temporada, durante la fiesta de despedida, cuando M salió de pelea con su hermano. Fue por algo que se dijo sobre Megan.


— La noche de la despedida —hizo una pausa como para sopesar contarlo o no, Megan se volvió a sentar de lado y puso toda su atención en él, indicándole con la mano que siguiera hablando— ... cuando J y yo discutimos fue por algo que se comentó acerca de ti. 

Continuará...

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