Limites.

"Cuando trabajamos colectivamente hacia una meta, logramos lo imposible". (Jadson Barbosa).

A veces desearía echar a correr en linea recta y no detener la marcha para mirar atrás. No me atrevo a juzgar a aquellas personas que lo hacen pensando en si mismas, amparándose en su felicidad por encima de la de otros. En ocasiones las envidio, porque por mí forma de ser soy incapaz de imponerme a mi realidad. No si para ello debo hacer sufrir a las personas que amo. Pero a veces... solo algunas veces, desearía poder echar a correr y no mirar atrás.

En ese pensamiento estaba la noche del viernes. Tumbada en la cama, en plena oscuridad mirando un techo que no alcanzaba a ver. Con la sensación de tener un elefante sentado en el pecho, oprimiendo de tal modo, que ni margen a poder sollozar dejaba. Todos esos pensamientos nefastos, cargados de dramatismo y desesperación que suelo mantener a raya, estaban desmadrados al libre albedrío y yo sufriendo como una posesa bajo su yugo. 

Pensé en las palabras de mi mejor amiga, mi confidente y quien conoce de mi todo lo bueno y lo malo que debe saberse de alguien para juzgar con equidad sus acciones. Ella siempre me dice que al final cuando llegue el momento de dar ese primer paso, seré yo la que quede por mala, también a la que juzgarán sin imaginar el sacrificio silencioso de tantos años. Ella me entiende, aunque no comparte mi modo de enfrentarlo. No cree justo que sea yo quien esté cargando con todo el peso. Pero fue mi elección. De las diferentes mujeres que habitan en mi, si tengo que elegir a una, siempre seré "la madre" porque aunque nunca quise serlo, los hijos que he tenido han sido buscados a conciencia, deseados, traídos a este mundo con conocimiento de causa y asumiendo que son mi responsabilidad hasta que se puedan valer por si mismos. Y en esa responsabilidad está incluida su estabilidad emocional.  Su felicidad por encima de la mía propia. Sea justo o no, esa es mi forma de entenderlo y mi modo de ejecutarlo.

Pensándolo estaba. Sintiendo el desconsuelo de tantas noches sumida en el fracaso, en lo mortecina que resulta la soledad en silencio. Vencida ante lo evidente. Deseé echar a correr, aún sabiendo que no puedo ir en contra de lo me es vital en mi.

Entonces se hizo la luz. En verdad no fue algo escatológico, era la pantalla del móvil, mi hija me acababa de enviar un WhatsApp: "¿Mamá estás dormida?" Eran más de las cuatro de la madrugada, así que debía estarlo. Pero no. Y de todos modos aunque lo estuviese mi hija sabe que si me necesita estoy a cualquier hora, despierta y dormida, preparada o no. 

Tuve que discutir con su padre porque el no llega a ver la importancia que tiene un acontecimiento de esta índole. Mi hija estaba bien. Era su amiga la que necesitaba ayuda. "Que acudan sus padres". Esa es la frase que él siempre suelta antes de echarse a dormir de nuevo, cada vez que de madrugada mi hija me llama cuando hay un problema serio en el grupo y los padres de los demás suelen tener el móvil parado. Nunca he entendido eso, pero como he dicho antes no seré yo quien lo juzgue. A mí me es imposible no tener el móvil, a todo volumen junto a la cabeza cuando mis hijos pasan la noche fuera. Quizás porque sabemos que pase lo que pase pueden confiar en mi, antes que en otra persona, además de que soy la que siempre llega primero. Pero esa vez, no podía conducir y necesitaba que me llevasen a ver qué era lo que ocurria. Tuve que conducir como pude porque no hubo forma de que él saliera de la cama sin una razón justificada. 

Al llegar al local que tenían alquilado para la fiesta, algunos de sus amigos me salieron al encuentro y me fueron indicando el lugar, mientras pisándose unos a otros en palabras, me daban su versión de los hechos. Antes de llegar a lo que era el baño ya sentí los gritos. El sonido de la desesperación es inaudito e inconfundible.  Se me encogió todo al momento. Como si de golpe el cuerpo por dentro se hubiese momificado. La puerta estaba cerrada. Era de esperar que mi hija haga cosas así. Cuando le dije que estaba allí me abrió y solo entre yo. Su amiga estaba tirada en el suelo y lloraba como lo hacen los que no tienen otra opción a mano. 

"No quería que todos la vean así. Iba a llamar a urgencias pero quería tu opinión por si se puede hacer algo. No sé qué le pasa. La han llamado y se ha puesto así al colgar. No dice nada solo que no llame a sus padres. Por eso te he llamado a ti mamá porque seguro que a ti te hace caso". Mi hija estaba llevándolo muy bien. Pero hay cosas que solo algunas madres abarcan a ver a la primera y a saber lidiar aunque seamos un desastre de madre.

Me tiré al suelo y me senté a su lado. Hice ademán  con la mano  de silencio a mi hija, que trataba de calmarla y comencé a acariciarla el pelo. Después de un rato interminable apoyó la cabeza sobre mis piernas y siguió llorando sin gritar. El tiempo pareció detenido y el sufrimiento contagiado. Dolía verla así. Pero las constantes vitales no eran alarmantes, la crisis de ansiedad que sufría no necesitaba intervención médica, solo tiempo. 

Lo teníamos, es importante hacer saber a la persona que sufre ese estado de desesperación que hay tiempo para hacer eso y que no está en peligro de que le dé un infarto o algo así.  Los cuadros de ansiedad suelen empeorar y alargarse cuando no se conocen los síntomas físicos que los acompañan. "Llora todo lo que necesites. No tienes que dar explicaciones. Estoy aquí para controlar que no te pase nada ahora y estás bien. Tú solo preocúpate por llorar todo lo que necesites hasta que sientas que empieza a llegar la calma". No le dije nada más. Sola se fue calmando cuando el cuerpo, sabiamente, se fue agotando por el esfuerzo. Luego estuvo mucho más tiempo en silencio y cuando volvió a llorar pudimos enterarnos lo que le ocurría. Sus padres se separaban y se había enterado por una llamada de móvil en mitad de la fiesta. 

Lo único que fui capaz de decirle mientras la tenía acurrucada aún en el suelo fue: "No sé que decir para aliviar lo que siente. Solo que no te sientas culpable de los errores que cometan tus padres. Nadie sabe hacerlo perfecto. Los padres cometemos muchos errores y no podemos a veces evitar que sufráis. Lo que esté en mi mano que te pueda ayudar solo dilo". Y siguió llorando diciendo que ella no se lo iba a perdonar en la vida junto a un sinfín de amenazas e improperios que dejaban ver todas las cosas que ella pensaba que sus padres hacian mal. 

En mi cabeza la idea de que en algún momento de su vida futura, llegaría a entender que sus padres lo han hecho lo mejor que han sabido y que hasta los perdonaría no se hizo vocablos. Más allá de mi cabeza, en lo más hondo de mi ser, alguien tan desgraciada como aquella chiquilla, sufría otra realidad que tampoco fue dicha. La esperanza de que mis propios hijos entiendan que en todo momento, desde que existen, he tratado de hacer mis cosas pensando en lo mejor para ellos, me mantuvo erguida y callada. 

Y así seguiré. Mientras pueda evitarlo y ser quien lo sufra, mis hijos no vivirán ese sufrimiento. Quizás algún día también ellos puedan entender los porqués a los que me aferro y el modo en que soporto mi infelicidad. Hay quienes piensan que es mejor para los hijos que una pareja mal avenida rompa. Puede que tengan razón, cada casa es un micromundo. También se puede ser unos padres generosos, que renuncien a su libertad y a empezar de nuevo por el bien de la familia y la estabilidad  emocional de los hijos. Hay tantas historias que aunque sean  parecidas difieren. Frente a ello... quienes somos para medir a los demás con nuestra vara. 

En mi caso mis hijos no son la causa de mi desgracia, son la razón de mi alegría. Cuando su padre y yo estábamos en nuestro mejor momento, fueron engendrados con amor y responsabilidad. Y cuando ese amor se fue diluyendo entre nosotros, el amor hacia ellos y la responsabilidad como padres, es lo que nos ha quedado. El resto solo es mi obligación de madre. Cuando se tiene hijos uno pasa a un segundo plano en favor de ellos. No seré yo quien juzgue a otros padres por su lista de prioridades y acciones. No,  tampoco permito opiniones en relación a mis métodos. 

Se nos hizo de día y volvimos las tres a casa de mi hija. Su amiga sigue allí, no ha querido volver a la suya, aún no quiere hablar con sus padres. Estuve hablando con su madre antes de llegar a mi casa, para que supieran que estaba bien y dónde  la había dejado. También  para que le dieran el margen que ahora necesita. Ya tendrán tiempo de hablar cuando pasen unos días y ella esté  más receptiva. Pero esa mañana cuando volví a casa. Me quedé en el coche más rato y pensé en él. 

Pensé en el hombre que consiguió que yo volviera a creer en el amor cuando había perdido totalmente mi fe en ello. Recordé el inicio de nuestra relación cuando le conté los límites inviables. El modo en que los aceptó y dijo que me esperaría porque lo más difícil ya había sucedido. Y lloré, lloré con la amargura de quién teniendo piernas no puede correr y sabe que está perdiendo la carrera de su vida. 


Comentarios

  1. De la maternidad/paternidad, no se jubila nadie, nunca.
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pienso como tú, esto si que es para toda la vida. Pero también hay gente que piensa diferente y cada uno es libre de hacer lo que mejor crea. Pero los hijos nunca deberían sufrir la irresponsabilidad de los padres.
      Beso 😉.

      Eliminar
  2. tu hija y tú fuisteis muy generosas y empáticas. que te den una noticia así por teléfono te deja en shock, en el mejor de los casos. en vuestra casa se sentirá arropada, y ya estará preparada para hablar con sus padres de nuevo.
    y efectivamente, en temas de pareja y de hijos, cada uno sabe cuál es la opción que minimiza los daños en cada caso.
    lo que tengo claro es que tú y tu hija sois lo más!! <3
    besos!!

    ResponderEliminar
  3. Al final siempre se sufre, ya sea por elección o no.

    Besos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

☝💬 Las palabras liberan a las personas, deja escrito lo que piensas.

Se admiten todo tipo de opiniones, consejos y críticas. Luego ya veré si lo publico...
... o no 😉.

Entradas populares